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Gobernantes y gobernados



Esto es así desde los inicios de la democracia, reflexionemos un poco sobre la peculiaridad del mundo griego y de la democracia griega.


             Aristóteles, por ejemplo, en «La Política» dice, hablando de educación, «no podrás nunca ser gobernante si no has sido antes gobernado». Es decir, ser educado es en primer lugar ser gobernado para llegar a gobernar, ser gobernado con la intención de gobernar. La educación democrática es una reproducción voluntaria de aquellos valores que queremos ver encarnados en la gestión, en la administración, en la dirección política de nuestras sociedades. Por tanto, educar es educar para que esas personas sean capaces de gobernar porque, claro, nosotros hablamos constantemente de que si los políticos son así o son de la otra manera, muchas veces con razón, pero no hay que olvidar que todo eso es una forma de hablar y que en una democracia políticos somos todos, no hay distinción entre gobernante y gobernados, la distinción es accidental y episódica.

            Mandamos a algunos que nos manden, les mandamos nosotros que nos manden, los gobernantes son nuestros mandados, a los que mandamos mandar. Los gobernantes son los ciudadanos pero si la política de una sociedad es mala es porque los políticos, o sea, nosotros, lo hacemos mal porque elegimos mal, no revocamos a quienes lo hacen muy mal, no nos presentamos como alternativa a los que lo hacen mal o no hemos sabido educar gobernantes adecuados.

            Un gobernante tiene que tener unas virtudes que no estén basadas simplemente en sus conocimientos, sino en la reflexión sobre qué significa conocer y cómo se conoce una sociedad moderna.
«Todas las democracias contemporáneas viven bajo el temor permanente a la influencia de los ignorantes».
           
            La ignorancia de la que se habla es la incapacidad de hacer demandas inteligibles al resto de los ciudadanos y de comprender las demandas inteligibles de otros, la incapacidad de razonar, la incapacidad de argumentar y la incapacidad de persuadir y de ser persuadido por argumentos, porque si hay algo importante en la formación democrática es crear un carácter en los neófitos capaz de persuadir y de ser persuadido, cosa imprescindible en un mecanismo democrático; capacidad de persuadir, es decir, capacidad de dar razones, apoyar los intereses propios, extenderlos y universalizarlos de tal manera que tiendan a bienes comunes, y por supuesto capacidad de ser persuadido, de comprender, de aceptar y de estar movido por argumentos.

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