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Las Perennes Cuestiones


Estas son las cuestiones de fondo. Sólo un talante de madurez personal y social se percata de su complejidad y de la irresolubilidad científica de ellas. Sólo desde la cooperación académica la concordia ciudadana y desde la conciencia de nuestros límites se pueden resolver semejantes problemas. Todos conocen el famoso texto de Max Weber, La ciencia como profesión. La política como profesión (1919. Madrid: Austral. Edición de J. Abellán 1992), en el que demuestra cómo las cuestiones políticas no son resolubles científicamente y las cuestiones científicas no son determinables políticamente. Por ello, tampoco nadie hoy puede demostrar apodícticamente cuál es la solución científica de nuestro problema ya que aquí convergen esos cuatro órdenes: problemas técnicos, problemas políticos, problemas ideológicos, problemas personales.

Es tarea no de pura matemática sino de arte y de prudencia discernir el peso teórico de cada uno de ellos y el peso real que tienen en un momento histórico concreto. La solución sólo puede ser resultado de sopesamiento, de valoración y de concordia en la común conciencia de nuestros límites y en la aceptación del prójimo para lograr lo máximo posible dentro de esos imperativos y posibilidades.
Las nuevas generaciones, en cambio, nacen y crecen en situaciones de abundancia, no carecen de medios, todo les es ofrecido, no valoran nada, porque de casi nada han carecido. Ante esa distancia, que a veces es abismo, sólo la confianza personal, la libertad y generosidad de espíritu, sólo aquel perenne irse acompasando a quienes nos oyen, nos liberan de la instintiva, casi siempre inconsciente, tentación doble: una de resarcimiento, evitando todos los esfuerzos y represiones que nosotros padecimos, ofreciendo todos los medios a las nuevas generaicones, con lo cual se los torna débiles y frágiles ante cualquier debilidad y choque con la realidad; la otra tención es la del resentimiento por encontrarnos ante unas ilusiones y esperanzas que no son las de nuestra generación, las que nos alentaron a nosotros.

Sólo voy a citar algunas perspectivas con la distinta percepción de urgencias; resultantes también de la ruptura con la tradición de valores, de continuidad de costumbres, de permanencia de instituciones, dado que la información persistente e incesante, desplaza todo lo anterior, dificulta la memoria de lo realmente importante, concentrándonos en la noticia de cada día (que es lo que significa efímero).


  • La distancia, olvido, desprecio que muchos jóvenes sienten respeto de lo que fueron los grandes ideales de la modernidad, la pasión por los grandes relatos, ideas, programas desde la idea del progreso a la revolución social, a la afirmación universal de los derechos humanos y la necesaria democracia, la revolución de la solidaridad. La posmodernidad ha puesto distancia, cuando no reticencia y rechazo a no pocos de esos ideales.
  • La radicalización del concepto burgués de individuo. La recuperación de las libertades individuales arrancadas a los poderes establecidos, al trono y al altar, fue una gran conquista, irrrenunciable legado de la Ilustración y de la Revolución Francesa. Pero ese individuo se ha absolutizado a sí mismo, se ha comprendido sin prójimo y sin comunidad. El horizonte de «su» mundo, de «su» libertad, definida como autonomía y no como responsabilidad y servicio, constituye su centro. Ahora bien, sólo se es un hombre con el otro, desde el «tú», en el «nosotros». Los movimientos sociales hacia la general libertad, deben ir unidos con la promoción real del prójimo, sobre todo de los más pobres; con el descubrimiento de las diferencias entre clases sociales y continentes. La retirada que estamos viviendo hoy hacia el individuo, el grupo, la nación, la minoría, es una pérdida general respecto de todos los ideales. Si la libertad es un don y una conquista histórica irrenunciable, no todos los liberalismos son aceptables, porque algunos no son otra cosa que la afirmación irrestricta del poderoso frente al débil, la legitimación de la ley y de la selva, el olvido miserable del otro, del obre, del menesteroso y del indefenso.

El ideal de espontaneidad absoluta que ahora en no pocos ámbitos e instituciones se predica o cultiva en el fondo es el buen salvaje. Si encima eso se fundamenta con las teorías de la no directividad tendremos un sujeto al que casi no sabemos cómo acceder por temor a vulnerar su autonomía, su afirmación propia, su instinto, que en el fondo todavía no ha despegado de la animalidad.

La identidad nacional se degrada cuando se convierte en obsesión y adquiere ese sesgo violento y ciego, que es el nacionalismo.

El injerto y el mestizaje son dos potencias de fecundación e innovación esenciales en la vida vegetal y en la vida humana.

Hoy nos encontramos ante dos errores extremos de signo contrario: el nacionalismo cerrado y el cosmopolitismo vacío.

El hombre es degradado cuando lo consideramos sin más como ciudadano del mundo porque cada uno somos primero nacidos y pertenecientes a un lugar y a un tiempo, y desde ahí somos ciudadanos del mundo.
El amor a la patria es legítimo.

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