Cuando no hay orden en la cabeza, acabamos siempre por elegir lo que más nos apetece, o aquello que parece urgentísimo pero que resulta que no es lo que tenemos que hacer en ese momento. Muchas veces, las improvisaciones por falta de tiempo son más bien agobios por falta de orden. Es evidente que no se puede llegar a hacer todo lo que uno quisiera, porque no hay tiempo. El problema es por dónde se recorta, y esa decisión no la debe tomar el capricho.
Hay políticos que despliegan una febril actividad, que van y
vienen de un lado a otro a toda velocidad, suben, bajan, hablan por teléfono,
hacen mil cosas a la vez y no acaban ninguna, sus múltiples y poco claras
ocupaciones les hacen llegar tarde a todo y con una gran sensación de prisa.
Son mal llamados políticos pero que luego no ejecutan casi nada útil.
Las cuestiones importantes pero no urgentes requieren más
iniciativa, más esfuerzo, más reflexión, y es fundamental centrar en ellas la
organización de la tarea: hemos de actuar, no simplemente reaccionar ante lo
que ocurre.
Parecería que los políticos que tengan grandes
responsabilidades estarán todo el día atendiendo cosas urgentes e importantes,
y aún le quedarán muchas para el día siguiente. Pero si lo analizamos con
detalle, veremos que no debería ser así.
Precisamente por sus grandes responsabilidades es más
importante que se organicen de modo que esas tareas urgentes no llenen su día
por entero.
En resumen, corremos el grave peligro de dejar de
hacer muchas cosas, aun siendo muy importantes, por el sencillo hecho de que no
reclaman de modo imperioso la atención de uno pero si la atención de otros, su
voto.
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