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Entre Fariseos y Publicanos



“Haced lo que os digan, pero nunca hagáis lo que hacen”.

            Nadie cuestionaría hoy los valores democráticos como la justicia, la paz, la igualdad, la solidaridad; pero ¿y los pequeños valores, tan frecuentemente olvidados, el esfuerzo, el sacrificio, la sensibilidad, la compasión, la ternura, la responsabilidad, honradez, bondad, esperanza, la sinceridad……?

Las parábolas son breves narraciones dichas por el Nazareno que encierran una educación moral y religiosa, revelando una verdad espiritual de forma comparativa. No son fábulas, pues en estas no intervienen personajes animales con características humanas, ni alegorías, pues se basan en hechos u observaciones creíbles, teniendo la mayoría de estas elementos de la vida cotidiana. Las parábolas se encuentran contenidas en los evangelios canónicos, aunque se pueden encontrar en los evangelios apócrifos, como el de Tomás y de Santiago.

En ocasiones Jesús usó las parábolas como armas dialécticas contra líderes religiosos y sociales, como por ejemplo la Parábola del fariseo y el publicano.

 “En este último fin de semana asistiendo con mi familia a la eucaristía, el sacerdote en la lectura de los evangelio habló de la parábola del Fariseo y el publicano y me llevó a esta reflexión en casa”.
“Me pregunto... ¿es un acto de sinceridad las medidas propuestas por el estado para estas circunstancias, por qué se apoderan de la mentira como un valor necesario para nuestra comunidad? ¿éstos fariseos y publicanos esconden tras sus palabras las incoherencias de sus actos?”

La intensidad con que se puede vivir la sinceridad dependerá de la capacidad de cada persona para reconocer lo que es la situación real. Cuando la situación no supone ninguna contrariedad es más fácil decir la verdad. 

 Nos interesa distinguir entre realidad y fantasía, entre hechos y opiniones, entre lo importante y lo secundario en situaciones fáciles y en las que contienen una mayor carga de responsabilidad y afecto.
Es cuestión de mostrar la importancia de decir las cosas tal como son para poder recibir una información adecuada. Ser sincero es ser honrado, es ser justo en todas las relaciones, comenzando con la relación con uno mismo”.

            En nuestros ambientes todo el mundo se jacta de ser sincero, al menos querría serlo. Se habla de la sinceridad en las relaciones, de la sinceridad en la información, de la sinceridad de los actos, etc. Lo que sucede con este prestigio de la sinceridad es que, en el fondo, obedece a un desconocimiento de qué sea en verdad esta importante virtud.»

Concretamente, la sinceridad debería ser gobernada por la caridad y por la prudencia. Sin embargo, el problema del «exceso» de sinceridad no es la única desviación que encontramos en algunos políticos, aunque puede considerarse como una de las más importantes. También nos encontramos con otras desviaciones que se basan en una falsa apreciación de la realidad o en una manifestación intencionadamente equívoca de una realidad conocida. Me refiero a la mentira, a la hipocresía, a la adulación, a la calumnia, a la murmuración, etc.

            Yo creo que la solución es razonar. Muchos viven en un estado de haber aceptado, en principio un poco pasivamente, una serie de conductas, reglas del juego. Luego los incorporan activamente en la propia vida porque la experiencia les ha mostrado que se trata de mejorar. Sin embargo, no son capaces de aportar unos razonamientos ni contrarrestar influencias perjudiciales mostrando la falta de lógica en los argumentos.

            Para concluir: San Agustín decía que aunque todo el que miente quiere ocultar la verdad, no todo el que oculta la verdad miente. A veces ocurre que, aunque se conozca la verdad, ni se puede decir, ni se debe. 

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