<Primum non cocere>, <Sobre todo, no hacer daño>
“El
Ser Humano es persona y en cuanto a tal tiene dignidad y no precio y, en tanto
que personas, todos los hombres y mujeres son iguales y merecen igual
consideración y respeto”.
Este principio es distinto del de
beneficencia/asistencia, ya que el deber de no dañar es más obligatorio que la
exigencia de promover el bien. El daño que se hace a una persona es más
rechazable que el no haber promovido su bien en ciertas circunstancias.
Ante
el tema de la distribución de los recursos cada vez más costosos y escasos,
¿qué criterios debemos utilizar a la hora de decidir a quién debe concederse la
primacía en la utilización de una determinada Prestación o servicio?.
Tradicionalmente,
la justicia se ha identificado con la equidad, con dar a cada uno lo que le
corresponde. Otros han hablado de que «casos similares exigen un tratamiento
similar». Esta justicia o equidad no significa que se deba tratar a todos de la
misma forma exactamente, pero sí que cada uno tenga acceso a los servicios adecuados, dignos y básicos.
Una
sociedad justa, que intente promover la igualdad de oportunidades, debe
asegurar que «un cierto nivel de servicios estén a disposición de todos».
Adecuado no quiere decir que todos
tengan derecho a la más alta tecnología sino a lo que se suele calificar
como «cuidados primarios o de emergencia». Ante unos recursos limitados, el
principio de justicia se enfrenta al dilema de asignación de los mismos.
Ante las tensiones que pueden surgir
en la aplicación de los principios de autonomía, asistencia y justicia, entre
los intereses del individuo y de la sociedad cabría pensar sobretodo en las
actitudes para ejercitar la equidad:
•
omnisciente (que conozca y entienda todos los hechos),
•
omnipercipiente (capaz de empatizar con los sentimientos de las personas
afectadas),
•
desinteresado (carente de egoísmo)
• y
desapasionado (sin implicaciones personales).
Estas actitudes puede ser un
procedimiento práctico para intentar resolver los conflictos entre los
principios y para dilucidar las prioridades en la distribución de los recursos
ahora limitados.
La aceptación común no significa que
las respuestas concretas sean necesariamente las mismas, porque bastantes veces
no es fácil delimitar qué principio debe ser primado. En los debates éticos,
dichos principios hacen posible hablar un lenguaje común y percibir dónde se
sitúan los puntos de discrepancia.
Avanzar todos juntos en la misma
dirección quizás sea la certeza indudable más coherente.
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